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Más por menos

«Más por menos», esta es la campaña publicitaria con la que Metro de Madrid terminaba 2011 cuando ya habían pasado más de tres meses desde la subida del 50 por ciento del billete sencillo del metropolitano. En ella, los responsables del suburbano madrileño presentaban una comparativa del precio de un billete sencillo para moverse por Madrid, 1,50 euros, y los precios del mismo billete en otras capitales del mundo como Nueva York, Oslo o Estocolmo, todos ellos más caros que el madrileño.  El mensaje era claro: El Metro de Madrid te da más que ningún otro, por menos dinero. La campaña tenía en cuenta las diferencias en el precio del billete pero no las diferencias en las variables económicas en dichos lugares, variables de las que el mismo metro de Madrid ha sido víctima, con un descenso en el número de viajeros provocado por la crisis económica, el aumento de parados y la disminución de los viajes de ocio.

La respuesta de los usuarios del metro no tardó en llegar y su servicio de atención al cliente ha recibido ya 38 quejas por escrito, mientras que otros viajeros escriben sobre el mismo anuncio puntualizando las diferencias en salarios mínimos y la tasa de desempleo entre las distintas ciudades sobre las que se realiza la comparativa. Por su parte, la web ciberactivista Actuable cuenta con 23.280 firmas a día de hoy en su plataforma creada para la retirada de la campaña por considerarla engañosa (que induce o puede inducir a error, pudiendo afectar al comportamiento económico de los usuarios).

Y es que lo que Metro de Madrid olvidó es que se estaba dirigiendo a unos madrileños que, no solo piensan, sino que además se están viendo afectados por una crisis que ha llevado la tasa de paro al 20 % y que adivina un futuro próximo de subida de impuestos y recortes en los servicios públicos. En definitiva, cambios que, aunque necesarios, supondrán un varapalo al estado de bienestar de todos los españoles.

No deja de ser curioso que esta desafortunada campaña que compara la capital de España con París, Amsterdam o Berlín, apareciera días después de la cumbre europea donde, más que nunca, quedó patente la Europa de las dos velocidades, los que arrastran y los que son arrastrados, los rescatados y los salvadores, los que imponen sus normas, en este caso económicas, y los que las acatan.

Una Europa de los 17 de la zona euro, en la que sin duda mandan Alemania y Francia, más los países que quieran adherirse a una política fiscal que probablemente no tenga nada que ver con ellos. Donde se autoexcluye un Reino Unido por considerar que sus servicios financieros no se encuentran protegidos en dicho acuerdo y que incluye a los países «del Sur», los denominados PIIGS por la prensa británica (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), los «manirrotos» que tendrán que ceñirse a la disciplina presupuestaria de recortes y austeridad impuesta y que serán sancionados en el caso de que no cumplan con las exigencias de reducir el déficit público.

El director de inversiones de Merrill Lynch para Europa, Bill O’Neill, afirmaba en Madrid en un encuentro con periodistas que la fragmentación de la Unión Europea está en marcha y apuntaba que ya «hay una primera división en Europa».

Los expertos apuntaban en este encuentro a la deuda como el principal problema por el que atraviesa España señalando que pronto tendrá que pedir ayuda internacional para financiarse. Cuando se le preguntó a O’ Neill sobre este extremo, este insistió en que la solución a la crisis de deuda que sufre España ya no es nacional, sino europea y por tanto, ésta pasa por un acuerdo en Bruselas para avanzar hacia la integración fiscal. Esperemos que entonces, una vez llegado el acuerdo, no nos den más por menos, sino lo justo.

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