Scarlett Johansson en ‘Match Point’. «Aquél que dijo que más vale tener suerte que talento conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte; asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control». Con estas lapidarias afirmaciones da comienzo Match Point (Woody Allen, 2005), una de las más grandes obras maestras del legendario cineasta. Enmarcada dentro de la denomina trilogía londinense -a la que le siguieron Scoop (2006) y El sueño de Casandra (2007)- Match Point pone sobre la mesa cuestiones tan universales como si realmente existe el destino o en qué medida la suerte puede condicionar nuestro futuro. Así, no es circunstancial esas afirmaciones en voz en off con la que se abre esta historia de obsesiones, tentación y pasiones desenfrenadas, además de las continuas referencias metafóricas al factor suerte en la narración -esa pelota del partido de tenis, debatiéndose a qué lado del campo caer-; un factor que se muestra como algo determinante para lograr el éxito en la vida, mucho más que el propio trabajo, esfuerzo o sacrificio. Estrenada en el Festival de Cannes en 2005, el director también escribe esta historia protagonizada por Chris Wilton (Jonathan Rhys Meyers) en el papel de un joven profesor de tenis irlandés que, al conocer a su alumno Tom Hewett (Matthew Goode) entra a formar parte de la lujosa vida londinense. Así pues, Chris conoce a dos mujeres que jugarán un papel decisivo en su vida: la dulce Chloe Hewett (Emily Mortimer) y la provocativa Nora Rice (Scarlett Johansson), la hermana y la novia de Tom respectivamente. Cuando Chris, tras un tiempo saliendo con Chloe, accede a casarse con ella, se le abren de par en par las puertas de todo un imperio de dinero, poder y éxito profesional, al entrar a trabajar en la próspera empresa familiar. No obstante, como suele ocurrir en la vida real, la fuerza de la pasión y el deseo es más fuerte que cualquier otro aspecto, llegando incluso a ser devastadora cuando Tom inicia una relación clandestina con Nora, no exenta de engaños, sorpresas y toneladas de ambición.
Fotograma de la película ‘Match Point’.En efecto, Match Point se caracteriza por esa permanente forma que tiene el director de enfrentar esa vida acomodada, tranquila y despreocupada que protagonizan Tom y Chloe con todo ese torbellino de pasión, desenfreno y inestabilidad que representa el personaje de Nora. En otras palabras: la lucha constante entre el amor y el deseo (recordemos esa afilada frase de Tom cuando intenta resumir su complicada situación sentimental a un amigo: «Yo no digo que no la quiera, aunque no del mismo modo que a esa otra mujer; quizás sea esa la diferencia entre amor y deseo»). Porque, además de suponer una reflexión acerca de en qué medida el destino influye en nuestra existencia, esta genial película nos recuerda que el deseo puede ser el arma más poderosa y destructiva al alcance de cualquier ser humano; el vehículo perfecto para echar por tierra una idílica rutina y transformarla en la más desasosegante de las aventuras. A ratos asfixiante y siempre envolvente, la primera película británica de la prolífica carrera de Allen explora el terreno de la psicología humana como el mejor de los expertos, adentrándose en la mente y en el corazón de sus personajes, especialmente del encarnado por un Rhys Meyers que se reveló con esta joya como uno de los actores jóvenes más solventes del panorama cinematográfico. Es toda una lección de cine cómo, tan sólo a través de la música -esas óperas que aquí reemplazan al jazz de sus anteriores trabajos- consigue penetrar bajo la piel del joven, dejando entrever sus carencias, miserias y frustraciones. Es por este motivo por el que los diálogos, en algunas de las escenas vitales del film, quedan aparcados, puesto que su función resultaría ínfima al lado del inmenso poder que las piezas musicales otorgan a la narración.
Visualmente impecable, y sustentada en una poderosa y hechizante historia, la película también puede presumir de una extraordinaria presentación de los personajes. En este sentido, y ligado con el fin último del mensaje que se extrae del conjunto, resulta imprescindible señalar la primera aparición del personaje de Scarlett Johansson. Pelota en mano, y frente a un tablero de ping-pong -que nos remite inequívocamente a esa escena inicial- la actriz nos regala frases tan significativas como: «Bien, ¿quién es mi próxima víctima?», o la de «Tienes un juego muy agresivo», que pronuncia cuando el mejor amigo de su novio le enseña la posición correcta para jugar. Desde este instante, y gracias a la varita mágica de Allen, el espectador ya intuye que la relación de ambos jóvenes será algo más que amistosa; relación en la que la suerte y el azar jugarán un papel más que determinante. Es tan sólo una de las escenas más memorables y simbólicas del film, junto con la que se produce en los primeros minutos cuando Tom se encuentra en su apartamento de alquiler leyendo dos novelas de Dostoievski: «Crimen y Castigo» y su propia biografía; un hecho que constituye un relevante nexo de unión entre esta mítica novela y el propio film de Allen, tanto a nivel argumental (los protagonistas de ambas obras son asesinos y, posteriormente, tendrán remordimientos de conciencia), como a nivel creativo, puesto que precisamente fue «Crimen y Castigo» la que inspiró al neoyorkino a rodar esta película.
Sin renunciar a otorgar un peso importante en el argumento a varias de sus aficiones personales -como la pintura, la ópera («Una furtiva lacrima», de Donizzeti) o la propia ciudad británica, que exprime al máximo- Woody Allen consigue que hasta el más inocente espectador se identifique con el oscuro protagonista a pesar de sus deleznables actos, nos ofrece momentos de gran intensidad emocional como la escena bajo la lluvia entre Tom y Nora -quizá la más sensual de toda su filmografía- y demuestra, regalándonos una de sus películas más premiadas, que en materia de talento cinematográfico, la suerte sí que es lo de menos. O, por lo menos, en el caso de Woody Allen.