Ilustración por Juan Manuel Paredes.El balance del terrible terremoto y posterior tsunami que sacudió a Japón el pasado 11 de marzo no puede ser más desalentador: el número de fallecidos al cierre de esta edición aumentaba hacia las casi 9.000 personas y más de 14.000 desaparecidas, según datos de la policía japonesa. Además, unas 360.000 se han visto desplazadas de sus hogares. Estamos hablando del peor desastre natural tras la Segunda Guerra Mundial y del duro golpe, uno más, a la estabilidad internacional, que parece no levantar cabeza.
A la crisis del mundo árabe, encabezada estos días por los combates que se mantienen en Libia, se suma una consecuencia trágica del terremoto ocurrido en Japón: los daños sufridos en la central nuclear de Fukushima que se teme, puedan producir una catástrofe similar a la de Chernóbil. Aunque la situación ha mejorado sensiblemente, el panorama sigue siendo grave. Grave no por los destinos escogidos por la madre naturaleza sino por los terribles efectos que pueda provocar la fuga radiactiva de los reactores dañados.
Japón, un país que ha vivido el horror de la bomba atómica, conoce de primera mano las devastadoras consecuencias del contacto con los gases tóxicos. Es cierto que la energía nuclear genera un tercio de la energía eléctrica que se produce en la Unión Europea, evitando así, la emisión de 700 millones de toneladas de dióxido de carbono por año a la atmósfera. Por otra parte, también se evitan otras emisiones de elementos contaminantes que se generan en el uso de combustibles fósiles.
Además, se reducen el consumo de las reservas de combustibles fósiles, generando con muy poca cantidad de combustible muchísima mayor energía, evitando así gastos en transportes, residuos, etcétera. Este sigue siendo el argumento principal de la mayoría de los simpatizantes de la energía nuclear, a pesar de que no se han encontrado aún vertederos definitivos o seguros al 100%. Sin embargo, a raíz de la tragedia ocurrida en Japón, el debate sobre la energía nuclear ha vuelto a renacer y la posibilidad de cerrar para siempre las centrales está ganando cada vez más adeptos. Países como Alemania, Francia o Estados Unidos, que en los últimos años habían apostado por el desarrollo de nuevas centrales nucleares, emprenden ahora a un giro de timón en su política ambiental.
La prepotencia de aquellos que trataron de vendernos la energía nuclear como algo seguro, le han visto las orejas al lobo con el desastre de Japón. La solución ahora pasa por la apuesta de energías renovables, y por liberalizar las patentes de energías limpias que han sido secuestradas por aquellos que se enriquecen gracias al petróleo y la energía nuclear. Es inaceptable que fijemos nuestra mirada siempre al crecimiento económico inmoral y que estemos expuestos a energías mortales.