Alejandro Zaera Polo es uno de los arquitectos españoles con más presencia internacional en la arquitectura contemporánea. Es cofundador de Foreign Office Architects (FOA) y su nombre saltó a la fama tras ganar en 1995 el concurso para la Terminal de Pasajeros del Puerto de Yokohama (Japón). Desde entonces, el trabajo de su estudio ha sido laureado con destacados galardones, entre otros, el premio «Enric Miralles» para la Arquitectura (2003), cinco premios RIBA o el premio Charles Jencks (2005). Fue invitado, a través de su estudio, al concurso para proponer ideas para la reconstrucción de la Zona Cero de Nueva York.
Participó en las primeras fases del diseño del parque y de toda la infraestructura del proyecto para los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres (luego FOA decidió no continuar con su participación en este proyecto). Actualmente, el estudio está participando en el desarrollo de la nueva estación de Birmingham. Mientras tanto, El Ibérico ha querido conocer un poco más de cerca a este arquitecto madrileño que lleva casi dos décadas viviendo en la capital británica y cuyo trabajo ha sido reconocido mundialmente.
Llevas casi veinte años viviendo en Londres. ¿Qué es lo que más te ha llamado la atención de la arquitectura de la ciudad?
Yo creo que Londres es probablemente más interesante como lugar cultural que como lugar de arquitectura, hay evidentemente edificios interesantes que se han hecho en los últimos años pero si lo comparas, por ejemplo, con Barcelona o Madrid quizá no hay tantos edificios interesantes para la población y la importancia de la ciudad. Yo creo que lo más interesante de Londres es la forma en que funciona la ciudad, con una estructura básicamente victoriana que no se ha cambiado y que ha sido capaz de renovarse e incorporar una serie de usos contemporáneos.
Saliste joven de España y actualmente muchos arquitectos están yéndose fuera del país ¿Es esta ‘fuga de cerebros’ mala para la arquitectura española?
Es un problema muy difícil de solucionar y no sé muy bien cuál es el efecto de este proceso. Pero lo que hay que hacer es que si una ciudad quiere retener conocimiento y capacidades tiene que intentar producir más cultura, incrementar población o atraer industrias, y esto es muy difícil en el mundo contemporáneo.
Imagen de las 88 viviendas sociales envueltas con piel de bambú en Carabanchel (Madrid) / Foto: Hugh Pearman‘Foreign Office Architect’… ¿Cuál es la ventaja de ser extranjero?
Estás menos mediado por los protocolos establecidos. Cuando ves un sitio sin el filtro de la experiencia convencional, ves otras posibilidades que si has nacido y has crecido en una determinada cultura.
¿Es el arquitecto o su obra, en muchas ocasiones, un elemento propagandístico del político?
Yo creo que los arquitectos y sus obras en los últimos años se han convertido en un arma política. Esto tiene cosas malas porque veces lo políticos pecan de no entender que a lo mejor les están vendiendo cosas que no tienen el valor que teóricamente tienen. Es como una especie de papanatismo. Pero también tiene una parte buena, y es que la arquitectura se ha convertido en un bien público. En los años 60 y 70 la arquitectura era un bien que se usaba para vender y no había una consciencia pública ni política de que la arquitectura es un bien añadido muy importante que posibilita que determinadas ciudades sean más atractivas.
La Royal Institute of British Architects (RIBA) os concedió el premio a la excelencia por el bloque de 88 viviendas sociales envueltas con piel de bambú que se encuentra en Carabanchel (Madrid). ¿Cómo surgió la idea de utilizar tan inusual elemento constructivo en la arquitectura occidental?
Es un experimento que le propusimos a la EMVS -Empresa Municipal de Vivienda y Suelo- sobre qué ocurre si una envolvente de un edificio de vivienda social en lugar de estar pensada para durar para siempre está pensada para cambiarse en unos años. Y esto supone que el material es más sostenible e inicia la posibilidad de que determinadas industrias que ahora misma no están en España puedan tener su entrada. Además, ofrece una cualidad ambiental que no ofrecen otras tecnologías de la construcción.
Fuiste colaborador del arquitecto holandés ganador del premio Pritzker, Rem Koolhaas. Háblanos de tu experiencia o háblanos de él.
Para mí fue la experiencia profesional más importante que he tenido y una experiencia que me ha servido para construir mi forma de trabajo. Lo que es interesante de su aproximación es que el objetivo fundamental de la práctica no es necesariamente la construcción de proyectos arquitectónicos sino la construcción de conocimientos arquitectónicos. Aprendí a plantearme la profesión como una actividad puramente de construcción.
La arquitectura contemporánea ha dado un importante paso hacia el trabajo y el lenguaje de la piel de los edificios. ¿A qué crees que se debe esto?
Yo creo que hay varias razones. Primero de índole tecnológica, hoy tenemos tecnologías muy sofisticadas que permiten producir efectos superficiales que antes no se podían producir, como por ejemplo las serigrafías en los edificios. Por otra parte, cada día hay más requerimiento de que esas pieles sean capaces de regular los intercambios energéticos y medioambientales, cuánta calefacción gastas o cómo hacer que los edificios sean más sostenibles. Y el 70 % de estos problemas se resuelven con la piel del edificio.
El arquitecto Louis Sullivan decía: «La forma sigue a la función». ¿Cómo definirías la relación entre forma y función en la obra de FOA?
Yo siempre digo que soy funcionalista. Siempre me interesa mucho más que la forma emerja a través de un análisis muy preciso de problemas funcionales y técnicos. Yo creo que si ves el trabajo de la oficina no ves un estilo sino que hay una serie de condicionantes técnicos, culturales y funcionales que son los que generan una expresión arquitectónica que en cada caso es única.