Entrevista a Armando Bo, director de El último Elvis
«Esta es la parte del disfrute. Es muy duro hacer una película. Te quedas muy tranquilo después», comenta Armando Bo (Buenos Aires, 1978) en el bar del lujoso hotel donde se aloja poco después de empezar la charla. Bonaerense de pro, fanático del F.C Barcelona (de Messi, sobre todo) y admirador del paisaje inglés, el director argentino puede presumir de pasear con orgullo su primera obra por todo el mundo, recogiendo excelentes críticas y apuntando hacia un gran futuro cinematográfico. El último Elvis cerró el East End Film Festival de Londres el pasado domingo.
Pasaste de la publicidad al cine. ¿En qué te preparó lo primero para soportar lo segundo?
En la factura visual, en saber cuándo tienes que agrandar un poco las imágenes para que se queden bien en la retina. Hay muchos directores de publicidad que no logran dar el paso para dirigir un largometraje, y es comprensible. No es lo mismo meterte en algo donde tienes un monstruo de hora y media o dos, unos personajes, una historia que contar y que debe hacer reír, llorar… que hacer un video clip de tres minutos. No me arrepiento en absoluto de haber dado ese paso. He aprendido muchísimo.
Tu primera experiencia puramente cinematográfica fue escribiendo el guión de Biutiful junto a Nicolás Giacobone. Después diriges El último Elvis. Pregunta inevitable, ¿te ves más como guionista o director?
Son dos mundos tan relacionados como diferentes. El trabajo de director es mucho más arduo, muy sufridor, donde tienes que lidiar con todos los componentes de la película; llevar al equipo y saber acariciarlo. Escribir es otra cosa distinta. Uno no tiene que hablar con nadie, simplemente se tiene que meter en el personaje y tratar de encontrarlo en una hoja en blanco.
Yo creo que soy más director, está más cerca de mi forma de ser, aunque la parte de guionista me aporta y me ayuda a distinguir qué es lo importante a la hora de filmar, qué sobra y que no. Y eso es vital en un rodaje, por supuesto, para contar algo con sentido y evitar caer en poner imágenes bonitas pero vacías de contenido.
Tengo entendido que vas a volver a colaborar con el director de Biutiful, Alejandro González Iñárritu. ¿Cómo os conocisteis?
Sí, estamos ahí preparando algo nuevo. Lo conocí hace unos diez años, cuando yo trabajaba para su productora de publicidad en México. Empezamos a mantener una relación desde entonces. También tenemos el mismo representante en Los Ángeles. El guión de Biutiful salió después de que Alejandro leyera el de Elvis, que fue escrito antes.
John McInerny es el protagonista de El último Elvis y todo un descubrimiento para la gran pantalla…
Cosas de la suerte y del destino. La película, en principio, la iba a protagonizar Ricardo Darín, pero al final no pudo ser. Se suponía que John iba a ser el encargado de «entrenarlo» para el papel. Un día decidí hacerle una prueba de cámara, y lo que vi me pareció impresionante. Era el ideal para el personaje. A raíz de ahí todo pareció fluir como por arte de magia. Claramente la película estaba esperando a su protagonista. Ahora mismo no tengo ninguna duda de que John fue lo mejor que me podía haber pasado para este proyecto. Uno no está acostumbrado a ver actuaciones tan sólidas en el cine argentino.
¿Esperabas el gran éxito de tu ópera prima en Sundance?
Fue una experiencia muy linda. Me sorprendió la reacción del público. No iba con expectativas de nada cuando la eligieron para el festival. Que alguien te diga que la película le gusta es algo estupendo, que duda cabe.
La buena acogida… ¿te hace soñar con premios? ¿Qué importancia les das?
Los premios dependen de muchísimas variantes, y la mayoría de las veces vienen de la relevancia política de la película. Sí, los premios están ahí, te dan publicidad, y te pueden alimentar el ego, pero al final no consiguen llenarte tanto como tener la tranquilidad de haber hecho lo que te gusta. Mi premio es la película en sí, que yo me vea representado en ella y habiendo conseguido lo que pretendí. Y, bueno, claro que me gusta también que esté en festivales y que viaje por el mundo.
¿Sabes cuándo se estrenará en España?
De momento no hay nada confirmado. Estamos hablando con distintas distribuidoras, esperando a que alguna la termine de agarrar. Creo que en España gusta eso de estar atento a ver qué sucede con los Oscar, qué película va a tal o cual lugar, antes de ponerla en los cines.
Eres nieto de un director muy famoso en Argentina y con el que compartes el mismo nombre y apellido. Era muy dado al cine erótico, ¿compartes también el interés por ese género?
La verdad es que no. El cine erótico de mi abuelo pertenecía a una coyuntura muy concreta. En aquel entonces tenía la importancia que tenía porque era una manera de ver mujeres desnudas en una pantalla grande. Con el tiempo, me parece que ese erotismo se fue volviendo más artístico y menos erótico.
¿Géneros favoritos?
No tengo ninguno en particular. Creo que el buen cineasta tiene que saber adaptarse a los diferentes estilos e historias. Las películas que me interesan son las que pueda hacer yo, y mucho mejor si tienen algo que me representen. El drama mezclado con el humor sí es algo que me gusta.
Diría que también te atraen los «losers», tanto Biutiful como El último Elvis está centrada en anti-héroes.
El personaje de Javier Bardem en Biutiful es un luchador de barrio, un tipo educado prácticamente en las calles. Si es perdedor es porque es una víctima de la sociedad. El protagonista de Elvis sí es más anti-héroe, aunque yo cuento la historia como si él se considerara en realidad un ganador.
¿Qué conclusiones sacas de tu primera experiencia como director? ¿Hubo muchos momentos «tierra trágame»?
No, para nada. Estaba preparado para el rodaje, sabía que iba a suponer un sacrificio y que iba a ser duro. Fueron unas ocho semanas muy intensas, una mezcla de adrenalina, dolor y felicidad.
¿Qué te parece el cine argentino de hoy en día? Pienso, por ejemplo, en las películas de los años 80, como La historia oficial, tan cercanas a la dictadura.
No creo que haya cambiado mucho. Las películas que tocan los temas de los «desaparecidos» ganan premios y triunfan, eso es así, igual que cualquiera que trate sobre algún conflicto mundial. Intenté distanciarme de todo eso con El último Elvis, una historia que no tuviera nada que ver con la realidad social de Argentina. Quería contar algo universal y no apoyarme en los problemas típicos de un país.