Siguiendo la fulgurante victoria de los ejércitos alemanes en 1940, centenares de soldados ingleses se encontraron abandonados en Francia, ocupada por los «ganadores». La única posibilidad de regresar a Inglaterra era alcanzando la zona francesa no ocupada por los alemanes, y de ahí llegar a España. La situación de los evadidos, sin dinero, sin saber hablar francés e indocumentados, era muy difícil, sobre todo porque los alemanes amenazaban con fusilar a paisanos que socorriesen a soldados ingleses.
Ahora bien, las autoridades francesas de la zona no ocupada, pese a su colaboración con los alemanes, hacían a veces la vista gorda. Tal era el caso de los detenidos en el castillo de San Juan de Marsella, desde donde salió, la nochebuena de 1940, un grupo de ingleses creyendo que por ser Navidad el control de carreteras sería más relajado. Estos, cruzaron los Pirineos, llegando así a España. Pero antes de poder hacer contacto con un representante diplomático inglés les detuvo la Guardia Civil. Encerrados en el castillo de Figueras, se les interrogó insistentemente, sospechando que habían luchado en las brigadas internacionales del Ejército de la República en la reciente Guerra Civil. Se transfirió el grupo a diversas cárceles, donde vivieron en malas condiciones, las mismas que en aquella época sufrían las decenas de miles de españoles hacinados en las cárceles de Franco, siendo aliviados únicamente por el vice-cónsul inglés de Gerona, hasta que se les mudó a la cárcel de Miranda del Ebro, donde se internaban a los extranjeros sospechosos. Los piojos y la disentería causaban estragos hasta que el agregado militar inglés consiguió convencer a la caótica administración española – gran parte de los funcionarios eran nuevos e inexperimentados, nombrados para sustituir a los expulsados por rojos – que permitiese su liberación. Una vez llevados a la embajada inglesa en Madrid, bañados y alimentados, el agregado militar les llevó a Gibraltar.
Más tarde aparecería la cuestión de los prisioneros de guerra escapados y de aviadores que se habían echado en paracaídas desde su avión antes de que estrellase. Para estos se organizaron desde Londres líneas de evasión donde colaboraron paisanos belgas y franceses.
Quizás la persona más heroica que participó en aquellas lineas de evasión fuera una mujer belga, de 25 años. Se llamaba Andrée de Jongh, aunque todos la llamaban por el diminutivo Dédée. Ella y otras muchachas belgas y francesas, aún más jóvenes que ella, se aprovechaban precisamente de su aspecto inocente para acompañar hacia España a los fugitivos, arriesgando la deportación y hasta la muerte.
Dédée visitó al cónsul inglés destinado en Bilbao, explicándole la necesidad de una estructura dentro de España que protegiera a los evadidos y que cargara con los gastos. Al principio, Londres temía que se tratase de un engaño alemán para introducir agentes en Inglaterra, pero acabó aceptando el proyecto. Un mes después, Dédée trajo a España a tres aviadores, sobrevivientes de un bombardero derribado. Aquella línea de evasión, bautizada ‘Comet’, pasaba por Bayona y San Juan de Luz hasta que Dédée entregaba a los ingleses a un contrabandista vasco llamado Florentino Goicoechea. Casi sin descanso durante las siguientes 17 horas, subieron y bajaron 2.240 metros por los Pirineo, antes de llegar a la frontera. Allí, Dédée regalaba a cada evadido una peseta para tomar el tranvía hasta San Sebastián, donde deberían presentarse ante el subcónsul inglés. En total, Dédée consiguío pasar a 110 de los cerca de cinco mil fugitivos ingleses y norteamericanos que entraron en España rumbo a la libertad. Dédée murió a la edad de 90 años, en 2007.
Según el derecho internacional, España debería haber internado a aquellos evadidos militares. En realidad, el gobierno de Madrid experimentaba las exigencias alemanas de entregar a los evadidos por un lado, y por otro, la presión inglesa para que España respetase su propia neutralidad y, por ejemplo, no concediese facilidades para repostar combustible a los submarinos alemanes. Por consiguiente, para octubre de 1942 se pudo anunciar en la Cámara de los Comunes la repatriación vía España de un total de 837 militares y aviadores. Muchos heroicos paisanos belgas y francesas lo arriesgaron todo para socorrer a fugitivos que se veían solos, cazados por un enemigo vengativo.
Michael Alpert.
Profesor Emérito de Historia de España en la Universidad de Westminster.