Imagen del protagonista de ‘Shame’, Michael Fassbender.Ha sido catalogada como la película más provocadora y salvaje del año y su protagonista, Michael Fassbender, se ha convertido, por méritos propios y a pesar de su dilatada trayectoria cinematográfica (Malditos Bastardos, Hunger), en la gran revelación de los últimos tiempos gracias a este film. Pero Shame (Steve McQueen, 2011), más allá de su indudable condición de ser una de las cintas británicas más polémicas de todos los tiempos, es una historia de carnalidad desbordante, tan superlativa como repleta de capas, en donde siempre hay que mirar más allá, indagar en su infinita profundidad… Brandon Sullivan (Michael Fassbender) es un hombre condenado a una adicción al sexo que no sólo lastra todas sus relaciones sociales, sino que además está poniendo en serio peligro su integridad psicológica, su salud mental. Lastrado por este permanente instinto primario, Brandon vive el peor de los infiernos, se encuentra atrapado en un laberinto del que cada vez es más difícil escapar, residiendo en una burbuja en la que ya apenas queda oxígeno… En este sentido, McQueen hace una excelente radiografía de un hombre tan enfermo como trastornado, con una cámara -como la mejor máquina de Rayos X- que parece penetrar en la piel del personaje y reflejar en todo momento sus sentimientos, frustraciones personales y esa impotencia constante que domina su vida. La llegada a su vida de su hermana Sissy (Calley Mulligan), alojada durante un tiempo en su apartamento, sólo vendrá añadir más tensión y conflictos a esta historia carnal, rotunda y devastadora.
Fotograma de la película ‘Shame’.El primer fotograma de la película ya es toda una declaración de intenciones, así como una inmejorable carta de presentación: ese protagonista tumbado en la cama, con una desnudez explícita que el director no se priva en reflejar. McQueen ya nos advierte que no estamos ante una película para públicos sensibles (esa escena de Brandon orinando ha dado la vuelta al mundo) y que se dispone a ofrecer justo lo que ha prometido: un fiel retrato de la vida de un hombre solitario -las mujeres con las que se rodea no son más que meros pasatiempos- que es víctima de sus incontenibles excesos y la viva imagen del fracaso. Porque puede que Brandon sea un alto ejecutivo, que su cuenta bancaria sea tan jugosa como abultada, que viva en un apartamento propio en una de las zonas más punteras de Nueva York y que en el trabajo lo respeten… pero dentro de él no hay nada, sólo un vacío absoluto que intenta llenar con sus aventuras sexuales o con esos largas sesiones solitarias de footing a altas horas de la madrugada. Ambos intentos sin éxito. Precisamente, esta escena de deporte nocturno, Mcqueen la convierte, gracias a un portentoso travelling en plano secuencia, es una de las que mejor reflejan ese intento por escapar del mundo oscuro interior del protagonista, por evadirse de la realidad, gracias a la creación de un atmósfera asfixiante y agotadora a partes iguales.
Quizá ese agujero cósmico que se ha apoderado y agigantando en el interior de Brandon tan sólo sea posible llenarlo con el único vínculo de sangre que le queda en el mundo, su hermana Sissy. El papel que desempeña Mulligan, regalándonos una de las mejores escenas de las películas como ese primer plano, tan fijo como inalterable, interpretando su propia versión de New York New York, es vital trascendente a partes iguales; no sólo servirá para mostrarnos aspectos terribles de la personalidad del protagonista que creíamos desconocidos (¿incesto?), sino que además su presencia en los últimos minutos delrelato supondrá un punto y aparte en la vida de Brandon y, sin duda, un posible punto de inflexión. Y será, pues, donde esa verguenza a la que hace referencia el título de la película, cobre un significado propio, un primerísimo primer plano, una relevancia absoluta.
A lo largo de la película, hay fragmentos dignos de recordar como la cita con su compañera de trabajo, de raza negra, con la que el protagonista es incapaz de consumar la relación, y en donde el director pretende confundir al espectador planteando el siguiente debate: ¿es, en realidad, Brandon un racista en potencia? ¿o está realmente siendo consciente de su problema de adicción al sexo? Cualquiera de las dos respuestas pueden resultar tan válidas como justificadas, aunque el que esto firma se inclina más por la segunda opción. En efecto, el jugoso proceso de toma de conciencia de las tremendas dimensiones que ha adquirido su problema, está muy bien reflejado en la película. Un proceso culminado por ese un clímax final terriblemente descorazonador y verídico, al que le sigue el plano final de la película que no hace sino remontarnos al comienzo de la narración, a ese sucio vagón de metro, ofreciéndonos un interesante paralelismo en el que ya nada es lo mismo…
Apoyado por constantes piezas de música clásica que dotan a su narración de un aura sofisticada -en este sentido, la lujosa y acomodada vida de Brandon tampoco es casual en un intento de condenar la superficialidad latente de la (alta) sociedad actual– el director acertó de pleno al proponer un papel tan sumamente complejo a Michael Fassbender. El actor se desnuda en todos los aspectos y consigue así la mejor interpretación de su carrera, premiada en Festival de Venecia (Copa Volpi al Mejor Actor), o con nominaciones a los BAFTA o Globos de Oro al Mejor Actor, entre otros.
En definitiva, McQueen se revela como un director valiente, que refleja un problema latente en la sociedad sin restricciones, con convencimiento, creyendo firmemente en una determinada manera de hacer cine y dando a un espectador -que ya espera ansioso su próximo proyecto- justo lo que promete, alterando su estabilidad emocional y haciéndolo partícipe de una historia hipnótica. No es tramposa, sus apenas 100 minutos de duración se hacen cortos, es clara en sus planteamientos y admite tantas interpretaciones como puntos de vista diferentes. Un regalo cinematográfico que ya es la gran revelación del 2012… y con un Fassbender, colosal, convertido ya en uno de los más grandes héroes contemporáneos de todos los tiempos. Ante esto, sólo podemos aplaudir.