La segunda isla más grande de Escocia y la más extensa de las Hébridas ofrece paisajes increíbles de naturaleza salvaje y un rico patrimonio histórico y cultural
Cansados del bullicio y el ritmo estresante de la gran ciudad, hay muchos que optan por pasar unos días disfrutando de la tranquilidad y la belleza melancólica de Skye. La segunda isla más grande de Escocia y la más extensa de las Hébridas, ofrece a los visitantes además de mucha paz, unos paisajes de naturaleza salvaje increíbles y un rico patrimonio histórico y cultural. Dicen que tiene un clima suave y benigno durante todo el año pero incluso en agosto es habitual que, haciendo honor a su nombre, la niebla y la lluvia hagan acto de presencia por estas tierras.
Esto no resta encanto a la isla, al contrario, le dota de un halo misterioso y cierta irrealidad que la hacen más atractiva si cabe. Apenas diez mil personas viven en este lugar, aunque en los últimos años la población ha ido creciendo notablemente. Muchos artistas han convertido la ínsula en su residencia habitual embelesados por su mágica atmósfera.
Si habéis ya dado el salto hasta Escocia para visitar Edimburgo o Glasgow realmente merece la pena que os acerquéis por lo menos un día hasta Skye para poder admirar sus lagos, cascadas, impresionantes acantilados y bien conservados castillos. Lo mejor es llevar coche propio o alquilado para moverse con libertad por allí. Para llegar se puede optar por el transbordador con salidas desde las poblaciones de Mallaig y Glenelg. Además, la isla se comunica con la costa occidental gracias al puente de Skye, a la altura de Kyle of Lochalsh. Si no os apetece conducir, podéis aprovechar la red de autobuses locales que conectan los puntos y los núcleos de población principales pero no es una opción del todo recomendable en invierno porque las frecuencias son más escasas. Los más aventureros se pueden decantar por la bicicleta pero la isla es más grande de lo que parece y muy montañosa en algunas zonas.
Castillos
Skye conserva un rico legado histórico. Sobresale, entre otras, la residencia del clan de los MacLeod, en Dunvegan, un castillo que ha permanecido casi permanentemente habitado por la misma familia desde el siglo XIII. Abierto al público, vale la pena recorrer sus jardines y visitar su interior, que contiene reliquias como la Fairy Flag, la bandera que protegía al clan durante las batallas y cuyo origen algunos remontan incluso al siglo IV de nuestra era. Aprovechando la visita y si las condiciones meteorológicas no lo impiden, se puede hacer un mini crucero en barca por el lago de Dunvegan, lo que os permitirá disfrutar de cerca de su rica flora y fauna. De esta última llaman la atención sobre todo las colonias de focas, que se pueden avistar en diferentes lugares de la isla. Otro castillo que no hay que perderse es el de Armadale, del siglo XVIII. En el pasado fue el hogar del Clan MacDonald, aunque fue abandonado como residencia en 1925. Actualmente alberga el centro de este clan.
Imagen de la hermosa ciudad de Portree. Foto: Maite Alvite.Portree
Hay que dedicar por lo menos un par de horitas a la ciudad principal y capital de la isla, Portree, conocida sobre todo por su pintoresco puerto, flanqueado por coloridas casas que ofrecen una imagen de auténtica postal. Pequeña y muy coqueta, en esta localidad no faltan las galerías de arte, las tiendas de artesanía y souvenirs y numerosos restaurantes donde se puede degustar la auténtica gastronomía escocesa. Sobre todo tienen fama los pescados y mariscos, muy frescos, ya que son capturados a diario por los pescadores de esta población. Después de una suculenta comida, puede que os apetezca algo de beber. Una opción es tomarse unas cervezas en algunos de los pubs de sus calles principales o aprovechar las degustaciones de whisky de Talisker, la única destilería de Skye, situada en las orillas del lago Harport. Desde allí hay espectaculares vistas a otra de las joyas de la corona de esta zona, una cadena de montañas rocosas que alcanza en su punto más elevado casi los mil metros de altitud.
Las Cuillins
La isla está llena de paraísos naturales, pero entre ellos, sobresalen las montañas Cuillins, la mayor concentración de picos de toda Gran Bretaña. Los amantes de la escalada van a disfrutar de lo lindo de este paraje, la meca de los senderistas del Reino Unido. También son muy espectaculares los acantilados y las extrañas formaciones rocosas de origen volcánico de la Península de Trottenich, al norte. Aquí se encuentra la bahía de Bearreraig, hábitat natural de cientos de especies de aves como el águila blanca. En este lugar está también la Lealt Waterfall, una cascada que se precipita sobre una playa situada muchos metros más abajo. Un poco más al norte nos encontramos con el Loch Mealt, un pequeño lago cuyas aguas caen directamente sobre un precipicio de más de 250 pies de altura hasta llegar al océano. Son famosos también los Kilt Roch, impresionantes acantilados de roca basáltica que pueden contemplarse al norte de la costa.
Quizás haga falta mucho más que un día para poder descubrir los innumerables tesoros que guarda esta isla, la más mágica de Reino Unido y, sin duda, un destino turístico que se merecería ser mucho más conocido.