Portada | Cultura y Ocio | Stonehenge, rocas e incógnitas

¿Qué hace que un mero conjunto de piedras alzado en un promontorio de Salisbury sea declarado en 1986 Patrimonio de la Humanidad y ronde al año el millón de visitas?

Surgida tres milenios antes del nacimiento de Cristo, esta construcción megalítica, quizás la más famosa del mundo, es objeto de hipótesis y reverencia desde hace infinidad de tiempo. Las preguntas, lejos de resolverse, no cesan: ¿Quién la construyó? ¿Con qué motivo? ¿Fue solo objeto de una civilización, de varias?

Origen de Stonehenge

Para remontarnos al origen de todo hemos de situarnos en el período donde dio inicio el Neolítico, momento en el que las bandas de cazadores-recolectores pasaron a ser sedentarias, estableciéndose en asentamientos y viviendo de la agricultura y la ganadería. En tales asentamientos no tardarían en elaborarse construcciones/ofrendas de cara a la divinidad para que favoreciera la fructuosidad de cultivos y la reproducción y lozanía del rebaño animal. Dado que la población permanecía durante un largo plazo en el sitio, la magnitud de esas ofrendas alcanzó otro nivel, debido a que se acometían sobre ellas continuas modificaciones, agrandándolas o, como mínimo, enriqueciéndolas. De esto es buena muestra Stonehenge, ya que, según señalan multitud de estudios, su estructura fue elaborada en varias fases.

La primera de ellas tuvo lugar en el intervalo comentado, alrededor del 3100 a.C., y en ella se realizaría un foso circular de 110 metros de diámetro. Cien años más tarde -se dice pronto-, en una segunda fase, se construiría una estructura de madera que hoy yace bajo el suelo. En la tercera fase, 2600-1600 a. C., se llevaría ya a cabo el levantamiento de los grandes bloques que hoy podemos ver y que forman en su conjunto un círculo pétreo de 30 metros de diámetro.

Los responsables de Stonehenge

Si pretendemos saber quiénes fueron los autores de Stonehenge, por el margen temporal de las fases de construcción podemos deducir que seguro fueron varias generaciones, y, con toda probabilidad, de distintas civilizaciones. Al igual que con otros grandes monumentos, véase el Panteón de Agripa en Roma, o la Mezquita de Córdoba, a lo largo de la historia se ha producido en varias edificaciones un sincretismo que, curiosamente, ha provocado de forma indirecta su perfecta conservación (con respecto a las dos mencionadas como ejemplo, ambas se convirtieron en iglesias cristianas), posibilitándose de ese modo, no solo que colonizadores del lugar no lo destruyeran, sino que, en su lugar, acabaran por adaptarlo -y adoptarlo- como lugar de culto.

Las hipótesis que se barajan con respecto a qué civilización o pueblo pertenecían los constructores del monumento son variadas y cambiantes. Hasta hace poco se apostaba por un origen foráneo de los mismos, migrantes procedentes de la Europa continental, quienes habrían sido a su vez los responsables de traer a las Islas Británicas innovaciones que, grosso modo, provocaron la transición neolítica. Sin embargo, recientes investigaciones descartan esta tesis y mantienen su carácter indígena, ya que, antes de erigirse Stonehenge, en el lugar había maderas (datadas muchos años antes), anticipando estas la posterior construcción en piedra.

Funcionalidad de Stonehenge

Que existiera una estructura previa a la que hoy vemos es señero índice de la importancia del lugar. Es más, que se sustituyera un material perecedero, como es la madera, por roca, constata la ambición que tuvieron de conferirle un carácter fijo, perdurable.

Pero ¿qué es realmente Stonehenge? Pese a que se hayan encontrado restos de enterramientos, claro queda que no es exclusivamente un monumento funerario. Con toda probabilidad, se celebraron rituales allí (tal y como pretenden emular hoy día cuatro mamarrachos en los solsticios); y tanto las personas enterradas, como las encargadas de desempeñar los ritos, pertenecerían seguro a una determinada casta -fuese aristocrática o religiosa-.

De igual relevancia, quizás más incluso, sea la función astronómica que posee. Pudo ser usado como calendario, anunciando el cambio de estación y otros acontecimientos que hoy se desconocen. En cualquier caso, si por algo destaca es por su perfecta combinación arquitectónica con respecto al cosmos. Al igual que el templo de Abu Simbel, o la pirámide de Kukulkán, está configurado para que el sol en determinadas fechas ejerza una determinada impronta en su estructura. En el interior del Gran Templo de Abu Simbel, en el santuario, reposan cuatro estatuas: La del faraón Ramses II, y la de los dioses Ra, Amón y Ptah. Pues bien, en los equinoccios en este caso -61 días antes y 61 días después del solsticio-, los rayos de sol penetran en el templo llegando hasta el santuario e iluminan las figuras de Ramses, Ra y Amón, permaneciendo asombrosamente la de Ptah, dios relacionado con el inframundo, en penumbra. En cuanto a la pirámide de Kukulkán, en Chichén Itzá, los arquitectos mayas se marcaron  de igual modo una auténtica sobrada haciendo que, también en los equinoccios, la serpiente cuyo relieve está grabado a lo largo de la escalinata y que representa a la deidad Kukulkán (una adaptación del Quetzalcoatl azteca), al ser iluminada por los rayos solares en la fecha referida, quede resaltada, simulando su descenso a tierra. Por su parte, Stonehenge, que es lo que nos toca, fue realizado para que en el solsticio de junio, en el amanecer, el sol emergiera cruzando el megalito. Y esto hace cientos -miles- de años, sin programas de diseño como AutoCAD ni miles de euros invertidos en absurdos posgrados… ¿Estamos seguros de que avanzamos?

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