La globalización ha llenado estanterías, reales y virtuales, y convertido el cuarto de estar de cada casa en una potencial sala de cine. Hay géneros y subgéneros literarios, periodísticos, musicales y por supuesto cinematográficos, cada uno con sus códigos y sus particularidades. ¿Y son todos para todos los públicos? ¿Podemos asomarnos a una stoner movie sin saber qué son las sweet seeds?
Estas películas, cuya temática mezcla la adolescencia gamberra con el consumo de cannabis, pueden oscilar entre la comedia más escatológica y la aparición de un nuevo tipo de consumidor que se aleja de los estereotipos, más asentado en la treintena y más cercano a la realidad (o al menos a la realidad no estadounidense).
La última stoner movie, Kid Cannabis, narra la historia real de dos jóvenes que traficaban con cannabis entre la frontera de la Columbia Británica (Canadá) e Idaho. La película habla sobre las luchas de poder, la transformación de un vicio solitario en una diversión generalizada asociada al sexo fácil y el éxito social, y plantea interrogantes (aunque no de manera explícita) sobre la legalización de la marihuana y la existencia de fronteras (en este caso entre países, pero previsiblemente podríamos plantear las mismas cuestiones entre estados).
La profundidad no es la principal virtud de esta película, pero la marihuana tiene el poder de crear debate allí donde aparece. De hecho, la mera existencia de este género de películas y los estereotipos que propaga es ya controvertida.
Como hemos apuntado antes, cada vez más los consumidores principales de esta sustancia son profesionales liberales, informados y con ganas de luchar por lo que creen que es justo: una normativa que se corresponda con la nueva realidad del cannabis, fruto de estudios que la colocan como una alternativa terapéutica más que aceptable y cuyo uso recreativo está muy lejos de fiestas de la espuma y borracheras monumentales.