Si ya de por sí lo tenía duro estrenándose en Inglaterra justo al mismo tiempo que el nuevo Spiderman post-Raimi, a The Hunter (2011) tampoco le ayuda su ritmo pausado (que no es sinónimo de aburrido) y, en general, la ausencia de concesiones a la comercialidad. Todo el que tenga un mínimo y racional criterio cinematográfico sabe que lo caro no equivale a lo bueno, ni un diseño de producción minimalista a lo malo.
La realidad es que a la segunda película del australiano Daniel Nettheim, basada en una novela de Julia Leigh, poco más le hace falta que las increíbles localizaciones de los bosques de Tasmania y un actorazo llamado Willem Dafoe. Poco más, digo, pero le hace falta.
Martin David (Willem Dafoe), del que nunca sabremos nada de su pasado, es enviado por una enigmática empresa a la australiana isla de Tasmania. La misión es encontrar al único «tigre de Tasmania» vivo en el mundo. Entre las órdenes de David están actuar de la forma más discreta posible para evitar cualquier competencia y no ser demasiado sociable con los habitantes de la zona.
La estancia en el pueblo no será cómoda. David comparte alojamiento con los hijos y la esposa de un investigador desaparecido en las montañas. Una familia que conseguirá ablandar el corazón del cazador y le hará replantearse sus prioridades.
El que el peso de la película recaiga en Willem Dafoe es una opción tan arriesgada como válida. Ver actuar al intérprete de Platoon (1986) siempre es un placer, y más si logra congeniar de forma tan efectiva la sensibilidad con la aspereza emocional (A y Z que funcionan en los instantes íntimos junto a la viuda Lucy Armstrong (Frances O´Connor) y cuando el obsesionado protagonista está a solas en la montaña). También cumplen sobradamente Frances O´Connor y Sam Neill. A pesar del buen trabajo de los dos, ninguno logra eclipsar a Dafoe, y no solo por la espectacular presencia en pantalla del actor norteamericano.
Y es que el «pero» de una película tan compacta y milimetrada como es The Hunter es la falta de chicha dramática que haga que nos preocupemos por los personajes que rodean al protagonista. El filme triunfa precisamente en momentos en los que el cazador recorre en solitario el difícil terreno de las montañas tasmanianas. El uso del sonido, la fisicidad del paisaje en formato panorámico – que no habría desentonado en un Milius, Cimino o Herzog- y los fascinantes planos de Nettheim mientras Martin coloca con pericia las trampas para cazar al animal son lo mejor del metraje.
No hay mucho donde agarrarse fuera de los minutos dedicados a la búsqueda en sí. La historia deambula vagamente sin darnos una idea clara (¡o incluso no clara!) de las intenciones de la narración. Demasiado misterio y pocas explicaciones dejan un poso de insatisfacción que ni siquiera consigue arreglar un final gratamente melancólico y humano.
Aunque es un entretenimiento muy digno lleno de brillantes escenas en la inmensa naturaleza australiana, The Hunter frustra por lo cerca que se queda de ser una obra totalmente redonda.