Lo ha conseguido. Está en un plató de televisión a punto de cumplir su sueño. Las luces y los focos realzan el blanco impoluto de su atuendo; dos chicas preciosas esperan al pie de sendos micrófonos a que suene la música para comenzar a cantar el Staying Alive de los Bee Gees; las cámaras lo enfocan y el presentador se dirige hacia él con paso firme. ¿Nombre?, le pregunta. Raúl Peralta, responde una voz cincuentona rota por el humo del tabaco. ¿A qué se dedica?, continúa el interrogatorio previo a la actuación. A esto, explica Raúl. ¿Cómo que «a esto»? ¿Qué significa «a esto»?, se queja el presentador, que no entiende a su invitado. A esto. A bailar. A ser Tony Manero.
El filme del chileno Pablo Larraín se exhibió en Canning House y muestra la cruda imagen del Chile dictatorial de Augusto Pinochet
Así califica su profesión Raúl Peralta, el protagonista del filme «Tony Manero». El largometraje, obra del director chileno Pablo Larraín, se exhibió el pasado 15 de Noviembre en Canning House. La película se inserta dentro del programa cinéfilo de este centro cultural, cuya función es promover el entendimiento entre Gran Bretaña y Sudamérica a través de la cultura.
Vive en una pensión de mala muerte; pasa hambre y no tiene dinero. Apenas habla; no sabe amar a las mujeres y puede llegar a matar para conseguir lo que se propone. No obstante, tiene algo que muchos ansían. Cada acción, cada pensamiento, cada crimen… todo está encaminado a intentar cumplir un sueño: ser Tony Manero.
La llegada de Saturday Night Fever a las pantallas de cine chilenas, supone todo un descubrimiento para Raúl que, a partir de ese momento, intentará por todos los medios convertirse en el mejor doble de John Travolta de todo Chile. Para demostrarlo, se presentará a un concurso de la televisión nacional en el que, además de manifestar sus indudables dotes como bailarín, si gana, se llevará una suculenta suma de dinero en efectivo.
Alegre argumento, ¿verdad? No se deje engañar, en las narraciones cinematográficas siempre hay un elemento encargado de poner piedras en el camino. Seguro que la palabra antagonista le dice bastante. Su nombre –Augusto Pinochet– sólo aparece una vez en los diálogos. Suficiente. Su sombra se extiende a lo largo de los 93 minutos que dura el filme. Soberano por la gracia de Dios, amordaza al pueblo chileno con las únicas armas que conoce el autoritarismo: el miedo, la violencia y la muerte.
Pablo Larraín, en la que supone su segunda incursión en el séptimo arte, arroja al espectador a las calles de un Chile decrépito, mísero, decadente y sin escrúpulos. Un país varado y en el que todo, incluso el asesinato, sirve como camino para conseguir unos cuantos pesos con los que comprar nuestros más ansiados deseos. De una manera sutil, pero inteligible, Larraín nos enseña las entrañas de un Chile podrido y asustado. Un país con toque de queda, sin ningún tipo de libertad política y en el que los sublevados, simplemente, desaparecen.
Como toda película, por exitosa que sea, Saturday Night Fever tuvo su momento de gloria, pero, tras meses en las salas de exhibición, también fue retirada de las carteleras. La caída de Tony Manero para John Travolta no supuso ningún drama; Danny Zuko lo esperaba en Grease al año siguiente. Sin embargo, ¿qué pasará con el Tony Manero de carne y hueso encarnado por Raúl Peralta? No hay vuelta atrás. Llegó el momento de saborear las mieles del éxito o de descubrir si la obsesión que hasta ahora lo ha mantenido vivo también supondrá su mayor fracaso. El presentador ha dejado de hablar; las dos chicas preciosas ya entonan las primeras notas del Staying alive y el ritmo de la música disco recorre el cuerpo de Raúl Peralta. El plató es suyo; es la hora de bailar, es la hora de ser Tony Manero.