María Antonia Peña González (Cambados, Pontevedra; 1979), fotógrafa de profesión y de vocación, freelance por naturaleza -«no quiero que nadie me dé órdenes», afirma-, lleva en Londres cerca de tres años. Después de que sus principales clientes cerraran, (Maxim, Playboy -sólo se edita la versión estadounidense que se distribuye por todo el mundo- y revistas gastronómicas), decidió coger la maleta y traer sus bártulos a Londres, donde su currículo importaba poco.
Sin ninguna oferta concreta y sin contactos a los que telefonear en una ciudad desconocida y con un inglés discreto, empezó trabajando en Zara, y unos meses más tarde, en una tienda de comida rápida. «Todo el mundo acabará trabajando alguna vez en algo que no le guste», afirma Peña. No reniega de Londres, pero admite que los inicios fueron duros, porque la manera de proceder de las empresas británicas difiere mucho de las españolas o latinas: «Es una cultura muy diferente. Abrirse puertas en un mercado tan cerrado es muy complicado. Es un humor totalmente distinto al resto y es muy difícil entrar en su circuito», expone. «Lo bueno de Londres es que es otro mundo, no es Inglaterra. El que me atiende cuando llamo es indio, paquistaní, polaco…y entiende mejor mis circunstancias».
A base de tesón y perseverancia –»Ya me tenían identificada en muchos sitios como la pesada de siempre», confiesa- empezó a cubrir algunos eventos como las bodas que organiza la empresa DBlanco, con la que participó hace unas semanas en la feria más lujosa e importante de este ámbito en Europa: la Designer Wedding Show. Todo esto sin descuidar otros trabajos: «Sigo haciendo fotografías sobre gastronomía en restaurantes españoles y portugueses de alta cocina; además de books para chicas. Me gustaría ir viviendo paralelamente con Antonia y con DBlanco», cuenta.
Sentimientos contrapuestos
La fotógrafa gallega empezó haciéndose autorretratos con un trabajo artístico, Leave me alone. Después, a los 23 años, con toda la vida por delante, vio cumplido su sueño de hacer una portada para la revista Playboy, lo que la convertía en la única mujer en España desde los 90 que fotografiaba para este tipo de revistas. De ahí que su nombre se hiciera popular. «Cobrando una barbaridad, además», rememora; nada que ver con los reportajes fotográficos de viajes, mucho peor pagados. «Entre 400 y 800 euros, mientras que por un reportaje de chicas a lo mejor me daban 6.000 euros.»
A pesar de que en el estudio el salario era bastante más alto y no se tenía que mover de casa, embarcarse en nuevos proyectos y viajes -estuvo en Ecuador con tribus indígenas- donde poder convivir con la gente local le conmovía casi por igual.»Lo que más me asombra es la alegría que puede tener esta gente a pesar de no tener nada. A veces dejo de lado el reportaje porque necesito vivir en primera persona esos momentos con ellos; y con la cámara te pierdes muchas cosas. Lo que más me ha llamado la atención es ver cómo una persona que tiene una casa donde duerme toda su familia en un colchón en la tierra, con los animales entrando y saliendo… y sin embargo, los niños te reciben con una sonrisa cuando te ven. Eso te rompe por dentro», declara.
«Además, cuando estoy fuera me hago amiga de todo el mundo, hablo con gente de todos lados y disfruto mucho, porque, además, me gusta la aventura, pasar miedo…Pero en el estudio lo tengo todo controlado, y eso también me agrada», explica.
Son ya muchas experiencias y avatares, pero de momento no se plantea otra cosa que no sea trabajar de freelance. «Quiero seguir luchando. No me apetece trabajar para nadie. Si me canso, le diría a alguna empresa que me contratara». Se acuerda de las sabias palabras de su mentor, Valentín Ballon, quien le reconoció que «ser freelance es un sinvivir». Pero no se arrepiente de haber elegido esta difícil profesión: «Te tomas tus vacaciones cuando quieres, decides cuándo trabajas y no tienes que aguantar a ningún jefe», aclara, a pesar de que «todos los días tienes que salir a la calle y buscar clientes». «Un mes estás genial y otro, fatal. Así funciona. Si no tienes don de gentes y no eres un buen comercial, no llegas a nada», tercia.
Revisando su obra se aprecia la proliferación de desnudos y su deseo más primitivo, la mujer. «Creo que es la cosa más bonita que existe en el mundo, por las formas que tiene, el sex-appeal… Es algo tan maravilloso poder jugar con las formas, con el cuerpo, con la luz que le puedes dar…». Peña reconoce que la complicidad que llegan a tener con ella las mujeres no la tienen con un hombre. «Se sueltan más, con vosotros se cohíben un poco».
Quizás donde mejor se percibe la herencia familiar sea en las fotos gastronómicas, con toques bastante clásicos, ya que desde pequeña estuvo relacionada con el mundo gourmet. «Es lo que he mamado en casa, mientras que lo erótico es mi perturbación, mi locura», señala. «Lo que destaco es que las fotos del erótico son muy realistas, sin nada de photoshop». Ambas facetas van de la mano en su visión a través de la cámara. «Aunque suena algo burdo, primero comer y luego sexo: los dos placeres de la vida», apunta. Su último trabajo trata sobre el bondach japonés (sexo con cuerdas) y saldrá en la revista Primera Línea el próximo 18 de febrero. «Romperá esquemas en España porque rodamos con una modelo espectacular y con uno de los grandes especialistas de esta disciplina, Nobuyoshi Araki», asegura. «Sigo haciendo mis cosas en España pero me tengo que reinventar. Me gustaría meterme por primera vez en moda», desechando así su vieja pasión. «Hoy en día una fotografía de Playboy no tiene valor, ya sólo vende o interesa el rollo porno».