El pasado 11 de septiembre se cumplían diez años del triple atentado terrorista que sacudió EEUU. Dos aviones se incrustaron en las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, otro contra el Pentágono y el cuarto en un campo de Pensilvania que, según los planes de los atacantes, debería haberse estrellado contra la Casa Blanca o el Capitolio.
Después de todo este tiempo, y dejando a un lado lo menos importante como los daños materiales y las pérdidas multimillonarias, las secuelas personales de aquella catástrofe son imborrables e incalculables, imposibles de cuantificar. Las vidas de los familiares y amigos de las casi 3.000 personas que fallecieron aquel día quedaron marcadas para siempre, y los efectos colaterales de aquella atrocidad llegan hasta nuestros días.
Semanas después del 11 de septiembre comenzó la caza y captura de Osama Bin Laden y miembros de Al Qaeda, en una guerra en Afganistán para derrocar al régimen talibán, encubridor y apoyo de la organización terrorista. EEUU se había visto atacado, por primera en su vez su historia tras Pearl Harbour en Hawai en 1941, y hasta los más pacifistas justificaron esta ofensiva para acabar con el enemigo. Empezaba a gestarse una nueva forma de hacer guerra, donde el campo de batalla estaba en cualquier punto del planeta. Había una obsesión por la seguridad a cualquier precio.
Desde entonces, Afganistán se ha cobrado muchas vidas de inocentes locales y extranjeros, y de soldados que prestaban servicio a su patria. Después de Afganistán y sin haber cerrado este capítulo, EEUU y sus aliados invadieron Irak; según los americanos, inevitable y consecuencia directa del 11-S. Además, desde el año 2001, EEUU ha retenido sin cargos a cientos de presos en Guantánamo. Pero hay muchas historias que se escapan de lo global y de la noticia que no aparecen en los medios, salvo en fechas señalas como aniversarios y actos conmemorativos.
John Carlin, periodista británico y colaborador de El País, publicaba en un artículo para el suplemento dominical del diario durísimos testimonios de personas que vivieron muy de cerca aquel 11-S. Cuenta cómo los niños de una guardería de Manhattan, próxima al World Trade Center, estuvieron dibujando durante meses edificios ardiendo, y haciendo terapia sobre lo sucedido; cómo una madre no fue capaz de encender la televisión durante semanas tras haber perdido a su hijo; de qué forma la comunidad musulmana también se vio directamente afectada por el terrorismo islámico, así como las dudas y lamentaciones de un ex agente de la CIA, que se pregunta a diario qué hubiera pasado si el servicio de inteligencia estadounidense hubiera compartido con el FBI la información que tenían sobre los terroristas. ¿Se podría haber evitado el 11-S?
Era un día como otro cualquiera en el que el mundo salió de casa para ir a trabajar, estudiar, dejar a sus hijos en el colegio… desconociendo que ese día cambiaría para siempre el rumbo de la historia. Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia contemporánea y se alteraba el orden mundial. Todos recordamos a día de hoy qué hacíamos entonces, dónde estábamos y quién nos dio la noticia. Muchos pensamos que aquello que observamos en nuestras pantallas de televisión era un nuevo estreno de Hollywood; pero no, estaba pasando, era la realidad más irreal. Fue entonces cuando una generación entera se dio cuenta de que el orden establecido no es permanente.