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Un día en Dublín, capital de la música callejera y la cerveza negra

En la laberíntica zona de Temple Bar, llena de bares y restaurantes, el jolgorio está garantizado.

Dublín (Baile Átha Cliath en irlandés) es una ciudad con encanto. Y es muy fácil imaginársela si nunca has estado; a cualquiera que preguntes te dirá que en Dublín se pueden ver muchos hombres con barba, tomando pintas de cerveza negra, Guinness para ser más exactos, sentados en las barras de madera de los pubs y escuchando la música folclórica de los que tocan en directo. Eso mientras fuera en la calle la lluvia hace su aparición diaria, sorprendiendo a los turistas que van de visita a la catedral de San Patricio o compran tréboles, ovejitas de peluche y otros suvenires en tiendas como Carroll’s.

Empezar el día haciendo amigos es pan comido en la capital irlandesa. Y más si lo haces en las reuniones matutinas de los domingos, dónde la tradición manda reunirse en el pub con familiares y amigos para ver el partido de rugby. Eso sí, no hay deporte sin comida. Y haciendo hincapié en la tradición, tampoco hay partido sin el famoso Full Irish Breakfast, un más que completo desayuno compuesto por: huevos fritos, salchichas, pudding negro –algo parecido a nuestra morcilla–, judías cocinadas con salsa de tomate, champiñones al ajillo, un par de rebanadas de pan con mantequilla y, para aquellos más ligeros, unos tomatitos a la plancha. Por supuesto que también existe la posibilidad de pedirse half, por si ese día nos sintiésemos más pesados.

Una buena caminata después de la larga mañana de tensión y colesterol nunca va mal. Si la lluvia nos deja, se puede ir a visitar el parque urbano más grande de Europa: el Phoenix Park. Este parque se encuentra en la parte noroeste de la ciudad y consta de 16 kilómetros de zonas verdes en las que incluso se pueden ver ciervos salvajes campando libremente. Una de sus atracciones principales es el zoológico, que alberga más de 700 tipos distintos de animales de diferentes zonas del planeta. En Phoenix Park también se contemplan otros monumentos como el obelisco en memoria al Duque de Wellington o la fachada de la casa del presidente de la República de Irlanda (Éire en irlandés).

Dublín es una ciudad pequeña, dividida en norte y sur por el río Liffey. De hecho, el origen de su nombre proviene del irlandés, Dubh Linn, que significa literalmente «piscina negra». Antiguamente, en los días de marea baja, los vikingos debían acudir al río Poddle, uno de los afluentes del Liffey, para poder encontrar agua potable. A menudo, esas aguas se encharcaban creando así unas lagunas negras. Con el tiempo, la ciudad se fue construyendo alrededor de este afluente y sus aguas oscuras, de las cuales Dublín heredó su nombre.

Después del paseo, dejamos atrás el parque y nos dirigimos al centro de la ciudad. Como bien es sabido, la capital irlandesa no es muy grande, por lo que uno puede ahorrarse el dinero del transporte e invertirlo en otras cosas como, por ejemplo, una buena pinta de sidra en The Brazen Head, el pub más antiguo de la ciudad, fundado en 1198. Por allí también pueden verse la Guinness Storehouse y la Old Jameson Distillery, ambas convertidas en museo y muy recomendables si uno tiene interés en conocer el proceso de elaboración de la cerveza negra más conocida en el mundo o el whiskey irlandés por excelencia, respectivamente. Un detalle más, si estamos en Irlanda nunca pediremos whisky, ya que eso haría referencia a la bebida escocesa. Sin embargo, hay que pedir un whiskey, con e, ya que esta palabra proviene del irlandés, uisce beatha, que significa «agua de vida».

Los campos verdes y la atractiva fachada del Trinity College, la universidad más antigua y prestigiosa de Irlanda, son un gran indicativo de que hemos llegado al centro. Una vez allí, podemos hacer unas compras por la calle peatonal de Grafton Street, hacernos algunas fotos con la estatua de Molly Malone o entretenerse a cruzar los puentes Ha’penny Bridge y O’connell Bridge hasta encontrar las mejores vistas de la ciudad.

Si la sed y el hambre acechan de nuevo, no hay más que pensar. Intentando no resbalar con los adoquines mojados y no tropezar con los músicos callejeros, también conocidos como buskers, hay que dirigirse a la laberíntica zona de Temple Bar, llena de bares y restaurantes. Una vez allí, el jolgorio está garantizado.

Al final del día y conociendo mejor Dublín, se puede decir que ésta tiene mucho por ofrecernos. Y sí, puede que llueva mucho. Pero eso no debe considerarse nunca un inconveniente a la hora de visitarla, al contrario, ya que para eso existe el mejor remedio: refugiarse en un pub y pedirse una Guinness!

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