En minutos, lo que a primera vista parecía el último capítulo de la historia del terrorismo islámico y un alivio para muchos, se fue convirtiendo en una intensa preocupación por temor a las represalias de los seguidores de Al Qaeda.
Hasta la fecha han muerto ochenta personas en un atentado suicida a una academia militar al noroeste de Pakistán reivindicado por los talibanes para “vengar a Bin Laden” y el consulado de Arabia Saudí en este mismo país ha sido atacado por dos desconocidos con artefactos explosivos mientras que las medidas de seguridad se han reforzado en Occidente.
Estados Unidos, desde la muerte del terrorista, ha ido dosificando la información para evitar un empacho y poco a poco vamos digiriéndola con todas las dudas, críticas e interrogantes que lo sucedido plantea.
En estos días, se ha cuestionado la complicidad de Pakistán para proteger al terrorista durante estos años, se ha criticado la forma en la que los americanos se han desecho del cadáver, se ha discutido si Bin Laden merecía haber sido juzgado ante un tribunal y hasta se ha dudado de que la muerte del inspirador de la organización islámica sea cierta.
Barak Obama, tras lo que sin duda es ya un espaldarazo a su gestión de la seguridad del país, se dirigía a la nación estadounidense con el sosiego y el convencimiento de haber hecho lo correcto. Explicó que la operación se hizo de esa forma para evitar víctimas civiles, que el entierro del Bin Laden había sido en el mar para impedir que el lugar donde podría haber sido enterrado se convirtiera en un sitio de peregrinación para los fanáticos y rechazó de forma contundente publicar imágenes del cadáver porque son “muy gráficas” y no quiere “que instiguen la violencia o sean usadas como propaganda”.
Por su parte, la vicepresidenta del país americano, Hillary Clinton, el mismo 2 de mayo aseguraba que la muerte de Bin Laden “es un hito en la lucha contra el terrorismo, pero la batalla contra Al Qaeda continúa y no terminará con su muerte” y recordaba a los miles de familiares y víctimas que murieron “por las campañas de terror y violencia de Osama Bin Laden” haciendo mención no solo a los atentados contra objetivos estadounidenses sino también a las masacres de Londres, Madrid, Bali, Estambul y otros tantos lugares donde mueren también inocentes musulmanes.
Y es que una de las victorias de esta guerra contra el terror que todavía no se da por concluida, es el apoyo que la muerte de Bin Laden ha producido en la comunidad internacional, y no solo “occidental” sino musulmana.
La declaración de los Hermanos Musulmanes tras la muerte del saudí merece especial mención. La Hermandad destaca que “es el momento para que Obama saque sus tropas de Afganistán e Irak y cese la ocupación de Estados Unidos y las fuerzas occidentales en el mundo, que durante tanto tiempo han dañado a los países musulmanes” ya que, explica, con la muerte de Bin Laden la violencia ha desaparecido. Y continua: “Las revoluciones que tienen lugar en Oriente Próximo son una prueba de que la democracia tiene su sitio en la zona y de que no necesitamos una ocupación extranjera nunca más (…) el Islam no debería ser igualado al terrorismo o ningún tipo de violencia representado por Bin Laden. Ya es hora de que el mundo comprenda que la violencia y el Islam no están relacionados y que hacerlo ha sido un error internacional”.
El presidente español José Luís Rodríguez Zapatero declaraba que, “como demócrata”, le habría gustado que Bin Laden hubiera “respondido ante la justicia”. Sin embargo, añadía que “es muy probable que el destino de Bin Laden sea un destino buscado por sí mismo después de su sanguinaria trayectoria” mientras que David Cameron, primer ministro británico, decía que el acontecimiento “traerá un gran alivio a muchas personas”.
Mientras tanto, los hijos de Bin Laden, declarando estar en contra del terror ejecutado por su padre, han enviado un escrito al periódico The New York Times pidiendo una investigación a la ONU para aclarar los hechos relatados por EEUU. Se especulará durante un largo tiempo acerca de la muerte de Bin Laden, semanas, meses, incluso años, pero en lo que parecen coincidir la mayoría de políticos, expertos y opinión pública, es que el mundo es un mundo mejor sin Bin Laden.