En época veraniega, los que nos quedamos siempre en Londres sin poder ir a España pensamos en las grandes tardes de cervezas y charlas interminables al refugio de una buena sombrilla. En mi caso, en la terraza del pueblo de mis padres. Me viene a la memoria, las bajadas a la piscina con la bicicleta, sin ninguna preocupación, para después ir con mis amigos a buscar ranas en la charca de al lado.
Todas las personas que conoces desde que tienes uso de razón están sentadas en los mismos bancos, en los mismos portales jugando al dominó o al parchís. En los pueblos del verano español, parece detenerse el tiempo. A veces, cambiaría con mucho gusto un par de semanas londinsenses agitadas por unos días en mi pueblo. Nada que ver un picnic en Hyde Park con aquellas meriendas que preparaba con mis amigos, en las que nos íbamos a la masía de alguno de nosotros a preparar una barbacoa, una chuletada o una torrá, como dirían mis colegas valencianos.
Aquí en Londres el verano es diferente y los dos meses estivales pasan tan rápido que cuando te quieres dar cuenta ya estás de nuevo preparando la ropa de invierno. A veces me imagino si habría algún lugar en esta ciudad, en algún barrio, donde pudiéramos volver a vivir esas tardes veraniegas de España. ¿Se imaginan Trafalgar Square convertido en una improvisada capea, con barreras, vaquillas e intrépidos toreros lanzándose al embiste del animal? A mi me vendría genial, pues ya hace varios veranos que no puedo viajar a España para pasar unas buenas vacaciones.
Me viene a la mente también una improvisada discomóvil en Covent Garden, con litros de sangría y calimocho, todos vestidos de blanco y con un pañuelo rojo, como si estuviéramos en Pamplona o en Teruel, por poner sólo un par de ejemplos. ¿Y qué tal si hiciéramos un encierro de toros, a lo pamplonica, en un recorrido como Regent’s Street? Creo que triunfaría, aunque las consecuencias accidentales serían de grandes dimensiones pues estos ingleses poco o nada saben de cómo zafarse del embiste de un astado.
En Londres tienes millones de cosas para hacer en un fin de semana: hay cines, teatros, musicales, las mejores discotecas… En el pueblo de mis padres por no haber, no hay ni cine. Imagínense. Pero siempre encontrábamos el plan perfecto para pasar un fin de semana divertido: carretera y manta, como diría mi amigo Pichón, «hoy nos vamos a ver el toro embolao de Valdelinares y después nos quedamos de fiesta». Y así era. Qué veranos. El domingo nos íbamos a comer al pueblo que organizaba una caldereta para todos sus vecinos y, así, durante todos los días estivales. Hasta que llegaba septiembre y cerrábamos los días de calor con las fiestas en honor a la patrona… Qué veranos.