Los años que siguieron a la explosión de la burbuja crediticia son, con casi toda seguridad, los peores a los que se ha enfrentado esta generación. En la actualidad, no se puede negar una mejora de la economía global, pero el producto interior bruto de muchos países sigue aún hoy día por debajo del nivel pre crisis, y ciertos estados aún deben acometer reformas estructurales que no auguran buenos tiempos. No obstante, la década anterior a dicho evento es considerada una de las más exitosas en términos económicos, en especial para los países emergentes. Datos económicos facilitados por el Banco Mundial o la OCDE indican que entre 2000 y 2009 la renta per cápita de los ciudadanos de países en vías de desarrollo creció hasta un 3.5% más que aquéllos que habitan en países ricos. Incluso una vez que la recesión se hizo palpable en Occidente pudimos ver como los países en vías de desarrollo fueron capaces de evitar los peores golpes de ésta. El resultado ha sido que la pobreza global ha disminuido drásticamente, y hemos asistido al crecimiento de una nueva clase media en los países BRIC que ha revolucionado las bases económicas.
Desafortunadamente, los últimos datos hablan de un cambio de tendencia. La consultora Haver Analytics ha publicado en estudio en que se hace público que la economía mundial ha crecido un 2.6% en el último trimestre. China, a pesar de estar alejada del crecimiento de dos dígitos de años anteriores, contribuye a casi la mitad del crecimiento global. La expansión en el resto de países emergentes ha sido poco más que decepcionante, con dos pesos pesados como Brasil y Rusia demasiado cerca de la recesión. La tendencia en los países industrializados no es mejor. Países como Italia o Francia siguen en crecimiento plano, y resulta inquietante la nula respuesta de la economía japonesa al programa de estímulos conocido como Abenomic.
Las consecuencias de dicha ralentización ya se están haciendo notar. Millones de personas seguirán sin acceso a bienes básicos por mucho más tiempo del que se preveía hace unos años. Las empresas que habían diversificado su actividad a dichos países a fin de sortear el maremoto económico en Occidente deberán replantear su estrategia. Por otra parte, un pírrico crecimiento acaba afectando a la estabilidad política de los países que lo padecen, con lo cual los próximos años se auguran complicados por un previsible aumento general de la conflictividad social.
¿Hay motivos para el optimismo?
Sí y no. El débil crecimiento de algunos países es temporal. Por ejemplo, Rusia se está enfrentando a sanciones económicas. A medio plazo, la mayoría de economistas coinciden en que se producirá un aumento del precio de los productos agrícolas, y eso mejorará la balanza fiscal de Brasil. Y China está acometiendo reformas estructurales para avanzar hacia un sistema productivo más sostenible.
La clave de todo este cambio es la tecnología. La industrialización de muchos países emergentes en la primera década del 2000 se hizo utilizando un modelo de “mano de obra barata” y “producción intensiva”. La gente abandonaba trabajos agrícolas para trabajar en cadenas de producción. Es casi un mantra entre los economistas el hecho de que los salarios en el sector industrial crecen mucho más rápido que en cualquier otro sector, y eso es lo que justifica el boyante crecimiento de los mercados emergentes en la primera década del siglo. Sin embargo, ante una economía cada vez más digitalizada que crece a golpe de nuevos gadgets y aplicaciones, los trabajos en cadena resultan cada vez más irrelevantes.
La tendencia de los últimos años se mantendrá a medio plazo, y se espera que los países en vías de desarrollo reduzcan sus diferencias con los países ricos. No obstante, se deberán acometer ciertas reformas que ayuden a acelerar este proceso. La inversión en infraestructuras sigue siendo esencial, pero ya no se referirá en exclusiva a más o mejores carreteras o aeropuertos, sino a unas telecomunicaciones más fiables y rápidas que ofrezcan una mayor cobertura. La educación puede ser uno de los ámbitos más beneficiados en la revolución digital, ya que a través de ésta millones de personas pueden acceder a contenidos que le ayuden a mejorar. Indudablemente, éstas medidas deberán ser ejecutadas conjuntamente con otras como la reducción de las barreras comerciales o la lucha contra la corrupción política.
En algunos países dichas pautas ya están en ejecución. Xi Jinping, presidente de China, lleva varios meses reestructurando la maquinaria estatal del país asiático para luchar contra la corrupción. El recién elegido Narendra Mondri, primer ministro de India, ha hecho de la mejora de las infraestructuras uno de los ejes de su programa. Otros países, como Turquía o Rusia, se muestran más reticentes a acometer reformas estructurales. Recuperar el impulso no será fácil, pero aquellos países reticentes a cambiar pierden cualquier posibilidad de avance.