La tradicional flema británica queda anulada cuando se le pide que se posicione en ciertas cosas. Tan predispuesta a escuchar a la otra parte, buscar puntos en común y hacer gala de empatía. Que si es mejor una pinta de cerveza lager o ale, si la marmite es un manjar o algo incomible o si Margaret Thatcher fue un personaje positivo o negativo para el conjunto del Reino Unido. En estos casos, a los británicos no se les puede pedir que hablen con objetividad y la escala de grises desaparece para pasar a ser puntos en lo que todo es blanco o negro. Por ello, poco más de 35 años después de la finalización de una de las huelgas más importantes de la postguerra británica, todavía hoy, es imposible realizar un análisis de la misma que unos y otros consideren imparcial y objetiva. Hablamos de la huelga minera del 84, el conflicto que cambió Reino Unido.
La elección de Thatcher
En 1979 Margaret Thatcher fue elegida Primer Ministra del Reino Unido, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar ese cargo en la historia del país. Su llegada a Downing Street supuso iniciar una serie de medidas económicas y políticas que buscaban reactivar la iniciativa privada reduciendo la influencia de los sindicatos, flexibilizar el anquilosado mercado laboral y proceder a la privatización de multitud de empresas públicas cuyo funcionamiento se había vuelto demasiado burocrático.
Sus primeros años de mandato no permiten realizar un balance positivo. La aplicación de sus políticas incrementó el desempleo, especialmente en las zonas más industriales. Tampoco supo acabar con la inflación, dejando de vincular el aumento de los salarios a ésta, lo que implicó una pérdida general del poder adquisitivo, así como un aumento de la presión fiscal indirecta y de la escasez de vivienda. Ante ese panorama, parecía poco probable que la “Dama de Hierro” pudiera revalidar un segundo mandato. Pero una contundente victoria en la Guerra de las Malvinas contra Argentina disparó su popularidad. Esto, unido a una oposición laborista tremendamente dividida, propició que en 1983 consiguiera, con el 42% de los votos, la victoria electoral más amplia en Reino Unido en casi 4 décadas.
Thatcher no tardó en colocar al sector minero en su punto de mira. Años antes, habían sido capaces de tumbar al Gobierno conservador de Edward Heath, anterior líder de los tories, en lo que fue una buena muestra del poder e influencia que los empleados de este sector tenían en el Reino Unido. La primera fase del plan consistía en el cierre de 20 minas y la supresión de cerca de un 15% de la fuerza laboral empleada, además de medidas más transversales como limitar el derecho de huelga o introducir el voto privado en las asambleas sindicales y no a mano alzada como forma de reducir la presión a los que discrepaban de los dirigentes. Pero un acontecimiento aislado supuso que todo este programa acabara precipitándose.
Cortonwood, la mecha que inició la huelga
Sociólogos, historiadores y políticos coinciden en señalar el 6 de marzo como la fecha de inicio de la huelga minera, haciendo del pequeño pueblo de Cortonwood, situado en Yorkshire, en el norte de Inglaterra, el epicentro de la misma. Esta zona había sido por décadas un tradicional bastión del laborismo, y la economía local giraba en torno a la mina de carbón. Para entonces estaba cerca de agotarse, estimándose en menos de 5 años el período de vida útil de la misma. Pero el carbón que se lograba era tan escaso y de tan difícil extracción que la explotación de la mina superaba en coste a los beneficios obtenidos de la misma. De este modo se tomó la decisión de proceder a su cierre en un plazo de 5 semanas, algo a lo que los representantes sindicales locales se opusieron frontalmente.
Sólo tres días después la National Union of Mineworkers se declaró a favor de una huelga minera en Yorkshire, pasando a ser de carácter general el 12 de marzo. En zonas como Kent o Cokeworks, así como en Escocia o el sur de Gales, más de un 95% de los mineros secundaron la misma en los primeros días. Para noviembre de ese año, casi 145.000 mineros, alrededor de un 73% de todos los del país, no acudían a sus puestos de trabajo.
Y es aquí donde irrumpe Thatcher. El primer paso que dio fue declarar ilegal la huelga minera, atendiendo al hecho que la votación entre los afiliados para determinar si secundaban la misma no se hizo a escala nacional, tal y como preveía la legislación. Esto tuvo como consecuencia inmediata que los hijos de los mineros involucrados en la huelga perdieran la beca comedor que les proporcionaba ayudas económicas con la comida y los uniformes. Sin ninguna fuente de ingresos, las familias se vieron en riesgo de pobreza, y sólo las colectas realizadas por las mujeres de los mineros permitió un pequeño alivio a sus economías.
Enfrentamientos y tensión en la huelga minera
De aquella época han quedado para el recuerdo los escaramuzas, cuando no choques directos, entre manifestantes y policías, que en algunos casos incluso llegaban a igualar en número a los primeros. Incluso dos hombres murieron en esos meses como resultado de la contundencia con la que se reprimían las manifestaciones, así como un taxista que fue atacado por los mineros por llevar a un esquirol a su puesto de trabajo.
Si en noviembre del 84 casi un 75% de los mineros apoyaban la huelga minera, tres meses después este apoyo había caído 25 puntos y el descontento se extendía entre los trabajadores. Algunos colectivos como los inmigrantes de origen indio y pakistaní, agrupaciones de defensa de los homosexuales o ciertos municipios se convirtieron en pilares sobre los que se apoyaban los mineros. Resulta paradójico, pero en ciertos momentos hubo más simpatía y apoyo por estos trabajadores fuera del Reino Unido que dentro del mismo país, recibiendo ayudas en forma de transferencias económicas o de material del exterior mientras a nivel nacional la mayoría de sindicatos de otros sectores se mantuvieron al margen (sólo recibieron el apoyo del sindicato de maquinistas de tren y de la marina mercante) y en el Partido Laborista sólo hubo algunos casos contados de altos cargos que, siempre a título individual, mostraron su apoyo.
Conocedora de que las protestas no podían mantenerse de forma indefinida, Margaret Thatcher optó por una estrategia de desgaste. Los participantes en la huelga minera, conscientes de lo difícil que era que se cumplieran sus reivindicaciones, comenzaron a volver a sus puestos de trabajo. El 3 de marzo de 1985 tuvo lugar una conferencia de delegados a nivel nacional en la que se decidió acabar con la misma. Algunas regiones ni siquiera enviaron representantes. A pocos días de que se cumpliera un año de su inicio la huelga había finalizado.
Un balance agridulce
Ciertamente la minería del carbón ha sido esencial en la historia del Reino Unido, constituyendo uno de los pilares en los que se apoyó para llevar a cabo la Revolución Industrial que cambió no tan sólo al país sino al mundo entero. Pero precisamente la explotación de este recurso hasta el límite hizo que se agotará, dejando de ser rentable. Pese a que había centenares de miles de personas dependiendo de este sector, antes o después se habrían tenido que recolocar en otros puestos de trabajo.
Thatcher se mostró inflexible y con una nula disposición no ya a ceder, sino incluso a dialogar con los sindicalistas, a los que culpó siempre de disfuncionalidades del mercado laboral que se plasmaban en forma de desempleo o un crecimiento económico por debajo de lo esperado. La implementación de políticas que ya no iban en contra de los mineros en sí sino de sus familias fue visto como muchos como un golpe bajo y maquiavélico que demostró que para ella cualquier medio era válido para ganar.
En los años siguientes la industria británica, que antaño constituía el principal bastión económico del país, comenzó un lento declive hasta convertirla en un sector de mucha menos relevancia. En su lugar fue en ese período cuando nace el llamado “Big Bang”, donde el sur de Inglaterra y especialmente Londres ganaron músculo y la city pasó a convertirse en el mayor centro financiero mundial.
La huelga minera supuso un punto de inflexión. Fue un acontecimiento histórico que, como la pérdida del canal de Suez o más recientemente el Brexit, afectaron principalmente al Reino Unido, pero cuyos efectos repercutieron en el mundo entero. Thatcher tomó medidas que años después otros dirigentes, incluso de izquierdas o socialistas, aplicaron en sus respectivos países. Fue responsable, para bien o para mal, de sentar las bases del Reino Unido en general y Londres en particular que conocemos hoy día.